El 28 de octubre de 2017 los escritores argentinos Agustín Laje y Nicolás Márquez, acompañados por el presidente de Confamilia, Juan Dandoub, abordaron el pensamiento en la estrategia social desde la ideología de género.Si estas en contra de la ideología de genero, este video es para ti, y si además estás en contra de algunas aberraciones independientemente de tu orientación, debes ver este video con mucha mayor razón, ya que si no conoces el trasfondo de este tema en unos años te vas a llevar sorpresas desagradables en tu país. Por mas feo que te puedan parecer algunos aberrantes datos q hoy te voy a revelar debes conocerlos, sino en el futuro pagaras las consecuencias. Te recomiendo ver el video hasta el final, ya que esto que vemos en la actualidad es solo el comienzo.
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Los fantasmas de la ciencia
A comienzos de 2013, apareció el libro de Rupert Sheldrake El espejismo de la ciencia (The Science Delusion). La obra recibió un interesante impulso mediático en el mundo anglosajón cuando la plataforma TED retiró de su catálogo de conferencias en red una de Sheldrake en que hablaba de su obra.
Sheldrake dio su charla en enero, siendo parte del congreso organizado por TED en Londres bajo el título de «Panoramas para transiciones: desafiando los paradigmas existentes» (Visions for Transitions: Challenging Existing Paradigms).
El caso es que Sheldrake debió desafiar en exceso “los paradigmas existentes”, pues, tras 35.000 visitas a la web de TED, la mesa de sabios que supervisa todas las charlas decidió borrar el video en marzo.
No lo hizo por iniciativa propia. La plataforma había sido previamente acusada por ciertos periodistas con tirón mediático de servir de vehículo para la expresión de la pseudociencia.
En realidad, Sheldrake se limitó a criticar el actual paradigma con un discurso que podrían firmar muchos filósofos preocupados por la ciencia. Decir que se suprimió el vídeo por fomentar la pseudociencia es sencillamente absurdo, y parte de un infantil argumento ad hominem: Sheldrake está relacionado con la parapsicología y es muy querido en el mundillo New Age.}
Pero tales asuntos nada tienen que ver con en el video en cuestión. Y esto no deja de ser, por otra parte, un síntoma de la pobreza intelectual de quienes deberían ser ejemplo de honestidad y rigor en la adquisición y difusión del conocimiento. Y así nos va.
En El espejismo de la ciencia, Sheldrake cuestiona la objetividad científica porque el postulado fundamental del que nadie puede salirse es que la realidad es material, o física. A partir de ahí, critica otros dogmas que nada tienen que ver con el conocimiento científico pero que se tienden a confundir y asociar, como que la conciencia es un producto derivado de la materia, que lo espiritual es un sueño de la mente humana y ésta, una ilusión.
Tales dogmas son muy poderosos, dice Sheldrake, no porque se haya reflexionado seria y profundamente sobre ellos, sino porque, precisamente, no se ha hecho. El sistema de creencias que somete al pensamiento científico convencional es un acto de fe anclado en una ideología del siglo XIX.
En palabras de Sheldrake, los diez dogmas sobre los que se asienta el credo científico materialista son:
1. Todo es mecánico y tratado como tal, entendiéndose un organismo vivo desde la complejidad de su maquinaria.
2. La materia es inconsciente. No existe una esencia vital en ella. Incluso la conciencia humana es el resultado de una creación material.
3. La cantidad de materia y energía en el universo es inalterable, con excepción del Big Bang, cuando tal materia-energía apareció de la nada.
4. Las leyes de la naturaleza son fijas. No evolucionan.
5. La naturaleza carece de sentido y la evolución, de dirección.
6. Toda herencia biológica es material, almacenada en el ADN.
7. La mente es el resultado de la actividad cerebral.
8. Los recuerdos son almacenados como huellas materiales en el cerebro y desaparecen en el proceso de muerte.
9. Los fenómenos inexplicables desde una perspectiva materialista son ilusorios.
10. La medicina mecanicista es la única que realmente funciona.
La gran mayoría ignora que el materialismo es una asunción, una ideología, un punto de vista. No una verdad científica. El mero hecho de que existan fenómenos inexplicables desde tal paradigma y la –irónica cuando menos— confianza, o fe, en que ya aparecerá alguna futura explicación lo corrobora como creencia.
Karl Popper llamó a esta forma de fe “materialismo promisorio”, debido a que se sustenta no en una defensa de hechos comprobados, como paradójicamente defiende el método científico, sino en la fe de que algún día podrán ser incluidos dentro del marco de referencia materialista. Esto es, todo evento que se ajuste a un pensamiento materialista está libre de ser contemplado desde el rigor por el que, sin embargo, se niegan otros paradigmas.Sin embargo, tales dogmas no pueden ser discutidos en absoluto. La eliminación del vídeo de Sheldrake y los ataques posteriores así lo avalan. Durante doscientos años, este paradigma se ha empeñado en que la realidad podría ser explicada en términos de física y química exclusivamente. La conciencia es un epifenómeno, una forma de hablar sobre la actividad cerebral.
A día de hoy, no hay absolutamente nada que pueda hacer de una afirmación semejante la base necesaria y el punto de partida para cualquier investigación que se precie seria y aspire, por tanto, a las siempre necesarias subvenciones. Y, sin embargo, lo es.
Pero lo más curioso de todo es que la física contemporánea está, precisamente, destrozando el paradigma materialista desde hace ya casi un siglo. Demuestra así que la ciencia es algo que va más allá del “Materialismo” y que el materialismo es una ideología que nada tiene que ver con la “Ciencia”.
Sorprendentemente, algo que comprendieron perfectamente los padres de la física cuántica fue rápidamente obviado por la generalidad de sus sucesores. En realidad, ni siquiera ellos gozaron del favor de sus contemporáneos. La tecnología se ha convertido en la única excusa para sobrestimar el pensamiento materialista. Y, a pesar de que sólo proporciona progreso en términos de aplicaciones prácticas, la tecnología ha llegado a ser, para muchos, la medida de un alto desarrollo intelectual y de una elevada civilización.
El materialismo implica el determinismo, la causalidad, pero su consideración como principio universal fue superada definitivamente en 1927, año en que se formuló el principio de incertidumbre de Heisenberg, a partir del cual comenzó a comprenderse que es imposible conocer todos los datos necesarios para determinar cómo se va a comportar un sistema dado. Ese desconocimiento no se debe a la ignorancia del observador, sino que es inherente a la realidad misma de las cosas. La ciencia no puede construirse sus propios muros si realmente quiere hacer algo serio, más allá de las convenciones de una época.
Una de las grandes confusiones que impiden avanzar en este sentido es la de reducir la espiritualidad al ámbito de las religiones y considerar que el secularismo es identificable con el materialismo. El materialismo es secular, pero el secularismo no es materialista. Debería someterse esta frase a profunda reflexión antes de enfrascarse uno en cruzadas y tribunales inquisitoriales tan propios de cientifismos de barrio y universidades provincianas.
Pero estas ideas, si ni siquiera son pensadas por quienes se erigen en adalides del conocimiento, difícilmente llegarán al gran público. En su ausencia de información, el mundo sigue siendo visto con ojos decimonónicos y todo un siglo de revoluciones científicas y filosóficas pasa ajeno a las mentes apagadas para poder encender así las pantallas mediáticas del entretenimiento basura, donde hasta la divulgación científica no se valora ya por su profundidad y claridad, sino por sus titulares provocativos y el entrenamiento en un más o menos burdo gracejo a que obligan estos tiempos de monólogo y chascarrillo. Ni Carl Sagan tuvo que contar chistes para atraer audiencia, ni la mediocridad intelectual se supera con sucedáneos de risa y salero.
La evolución del conocimiento humano pasa precisamente por eso, por volver a hacerlo humano. El premio Nobel Ilya Prigogine defendía una integración de esta ciencia materialista dentro de un marco más amplio donde las ciencias del hombre marcaran el rumbo y trataran de rescatar el sentido del universo y los propósitos de la evolución.
Dice Prigogine que Einstein simboliza el conflicto entre ambas formas de entender la ciencia, y encarna la transición de una a otra. La ciencia clásica se caracteriza por apuntar a la estabilidad, el equilibrio, la permanencia. Pero la revolución de la ciencia del siglo XX cambia la dirección hacia todo lo contrario a la permanencia: fluctuación, evolución e inestabilidad. Es el paso de una ciencia como geometría a una ciencia como narración.
El problema central de Occidente, comparte Prigogine, es el dualismo. Necesita superarlo, y esto no consiste en afirmar un polo para negar el opuesto, sino encontrar una imagen no contradictoria que contenga ambos. En este sentido, son pioneros los encuentros de “Mente y Vida” organizados por el Dalai Lama y científicos de renombre internacional que se vienen celebrando desde 1987 y que han dado como resultado la consolidación, según han pasado los años, de cuatro categorías protagonistas: neurociencia, física cuántica, cosmología y estudios sobre la conciencia.
No se trata de promover ideologías concretas, de mirar los árboles y no ver el bosque. Se trata de apreciar cómo se han logrado edificar unas estructuras de comunicación entre dos maneras tan diferentes de acercarse a la vida, tanto exterior como interior, y los puentes tendidos entre ambas con un único objetivo, según sus organizadores: mostrarle al mundo un camino hacia la paz del individuo consigo mismo, primero, y del mundo, después.
El tiempo humano es una expresión particular del tiempo de la naturaleza y, por tanto, dice Prigogine, las propiedades creativas del ser humano son principios universales expresados en todos los aspectos del universo. La creatividad está en todos los niveles de la naturaleza, no sólo en la mente humana, esa que todavía muchos afirman ilusoria.
Volviendo a Sheldrake, reflexiona éste en el prólogo de su libro sobre cuántos científicos hay en el mundo que saben que las doctrinas del materialismo son las reglas del juego durante las horas de trabajo, y que no las pueden desafiar abiertamente a riesgo de ser excluidos del sistema. Sólo unos pocos las cuestionan abiertamente, mientras que otros “salen del armario” tras retirarse o tras ganar un premio Nobel. La mayoría de la gente educada mantendrá el credo materialista en público, independientemente de lo que piense en privado.
La ciencia es un proceso creativo, no un sistema de creencias. La innovación sólo es posible cuando el científico se siente libre para preguntar abiertamente y establecer nuevas hipótesis sin barreras que las limiten. Pero, como explicara Thomas Khun, los paradigmas establecidos en cada momento histórico han determinado siempre qué modelo de realidad es la base de la cual partir, qué preguntas son dignas de hacerse y qué respuestas, por tanto, ya están afirmadas para las preguntas que no han de volverse a hacer.
Los fenómenos anómalos que se escapan al paradigma establecido, por otra parte, son archivados con la fe de que serán confirmados en un futuro gracias a los mismos dogmas establecidos. Pero llega un momento en que hay tantos fenómenos anómalos que no han sido explicados que la presión comienza a quebrar los muros del paradigma. Es entonces cuando, a través de las grietas, comienza a atisbarse un nuevo paisaje hasta entonces ignorado que permite ubicar las anomalías hasta entonces acumuladas.
La sociología de la ciencia ha estudiado cómo se práctica en realidad el oficio, la manera en que se desarrollan modelos con las miras puestas en la red de contactos, las opciones de apoyo institucional, las probabilidades de acceder a una subvención, etc. Todo ello con la humana aspiración de forjarse un nombre y alcanzar un reconocimiento a los esfuerzos realizados.
La propagación del materialismo bajo la protección de un sistema que lo necesita como justificación de su razón de ser ha hecho que millones de personas apoyen el “saber científico” sin siquiera saber algo de ciencia, sin siquiera entender lo que ésta realmente significa. Son los nuevos feligreses de la Iglesia dominante, dice Sheldrake, con sus sacerdotes científicos más o menos dogmáticos e intransigentes. Y con su pequeña pero ruidosa y peligrosa Santa Inquisición, podemos añadir. ¿Qué otra cosa si no es una disciplina a la que no se puede cuestionar a riesgo del ostracismo profesional, ya sea en el ámbito académico o en el periodístico?
La idealización de la ciencia por parte de la mayoría y la falta de cuestionamiento al respecto, concluye Sheldrake, no puede sino proceder de una visión naif sacada de todo contexto, donde los científicos son entregados buscadores de la verdad, no gente ordinaria como cualquiera cuyos objetivos en la vida son, sobre todas las cosas, sobrevivir lo mejor posible, llegar a fin de mes y no meterse en líos.
Sirvan para ellos las palabras de Ernesto Sábato en La resistencia:
¿Se le puede pedir a la gente del vértigo que se rebele? ¿Puede pedirse a los hombres y a las mujeres de mi país que se nieguen a pertenecer a este capitalismo salvaje si ellos mantienen a sus hijos, a sus padres? Si ellos cargan con esa responsabilidad, ¿cómo habrían de abandonar esa vida?
Sean disculpados también los inquisidores y su séquito de “creyentes delirantes”, pues luchan contra las olas en la superficie del conocimiento, ignorantes de la reflexión profunda.
Disculpados, eso sí, a distancia prudente. Pues embisten.
Copyright © Rafael García del Valle. Reservados todos los derechos. http://thecult.es/tercera-cultura/los-fantasmas-de-la-ciencia.html
La ideología del “gender”: una antropología destructora de la identidad
BD.- “No se nace mujer, se llega a serlo”. Simone de Beauvoir. Sabemos que el matrimonio homosexual proviene de la ideología del género, cocinada en el último tercio del siglo XIX por las universidades norteamericanas bajo el nombre de “gender” e importada a Europa por las altas instancias de la UE, cuyas directivas se inspiran en esa ideología.
Pero ¿conocemos todas las implicaciones de este conjunto de representaciones colectivas, inspiradoras de leyes más o menos recientes sobre la contracepción, el aborto o la represión de la homofobia? Vale la pena estudiar de cerca los orígenes y la doctrina constitutiva de una ideología cuyas implicaciones transforman poco a poco nuestras existencias sin que seamos capaces de ser plenamente conscientes de ello.
En su base, la ideología del género se presenta como una antropología revolucionaria que niega la alteridad sexual. Al sacar las consecuencias de las conquistas del feminismo que han abierto a las mujeres unas posibilidades de promoción reservadas hasta entonces a los hombres, Judith Butler y sus partidarios deducen la identidad entre hombres y mujeres, pretendiendo que los sexos son simples “construcciones sociales” que no tienen más fin que el de justificar el dominio de los machos. La noción de igualdad en derechos que inspiraba el feminismo tradicional es aquí subliminado en reivindicación de similitud, bajo pretexto que la diferencia de los sexos ha servido por demasiado tiempo de argumento para justificar la discriminación y la servidumbre de las mujeres.
De esa manera se puede leer en la obra faro de ese neo-feminismo radical: “Hombre y masculino podrían igualmente designar tanto un cuerpo femenino como un cuerpo masculino. La separación inmemorial de la humanidad en hombres y mujeres no se debería a la naturaleza sino a la cultura, y podría ser reivindicada por la acción revolucionaria. Inspirándose en la célebre cita de Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se llega a serlo”, las neo-feministas radicales sostienen que cualquiera puede inventarse a sí mismo como hombre o mujer según el papel o la orientación sexual de su elección, fuera de todo determinismo físico. Según Monica Wittig: “Se trata de destruir el sexo para acceder al estatus de hombre universal”. Así deberíamos rechazar el término de sexo para reemplazarlo por el de género, más neutro, que designa el hombre nuevo de un orden nuevo.
Se percibe aquí la naturaleza ideológica de esta doctrina que, llevando hasta el absurdo la lógica de la idea, desemboca en la negación de lo real, no dejando más salida que un constructivismo abusivo en nombre de un mesianismo delirante. Comparte con la gnosis antigua un odio de la creación que conduce a un progresismo prometeíco, más radical que el comunismo, cuyo programa apuntaba a la supresión de la propiedad privada: en la ideología del género se trata nada más y nada menos que de transformar el hombre.
Al contrario que las ideologías que han oscurecido el siglo XX, el “gender” no invoca a la ciencia, cuyos recientes descubrimientos tocantes a los cromosomas XX femeninos y XY masculinos, las hormonas masculinas y femeninas, o el fenotipo que determina los órganos de la reproducción no aportarían más que un desmentido a sus postulados. La ideología de la desexualización del ser humano proviene de un planteamiento puramente filosófico emparentado con la escuela de la deconstrucción popularizada por Derrida y Michel Foucaud.
Esos pensadores especulaban sobre una realidad social fluida, sujeta a una perpetua contestación, ya que es sospechosa de compromiso con el poder, que sería maléfico por definición. De tal manera, la famila patriarcal, teóricamente concebida por San Pablo como un hogar de amor en una perspectiva cristiana, se ve contestada como la matriz de todas las opresiones, el poder del marido prefiguraría el del patrón. La lucha de los sexos sería el preludio de la lucha de clases: es la tesis formula por Engels en 1884.
Al atacar a la familia, como todos los totalitarismos que la han precedido, la ideología del género toma necesariamente por diana a la religión, fundadora de la institución del matrimonio y garante de la perennidad familial. La Iglesia católica es particularmente señalada bajo la acusación de propagar una moral sexual: ¡sacrilegio para los “genderistas” que conciben la libertad sexual como el paradigma de toda libertad! Su encarnizamiento no proviene únicamente de que los sacerdotes valoran la virtud de la castidad, está quizás más motivado aun por la condena de la homosexualidad que el catecismo califica de comportamiento intrínsecamente desordenado.
Tocamos aquí un punto nodal de la ideología del género: ya que no existe ni dualidad de los sexos ni tabú sexual, la ideología del género deduce de ello la equivalencia de las orientaciones sexuales. De tal manera, el nuevo feminismo radical, que ya no guarda demasiada relación con el feminismo de antaño, únicamente preocupado por la igualdad entre hombres y mujeres, apunta prioritariamente su acción reivindicativa sobre la paridad de los heterosexuales y los homosexuales. esta cruzada de un nuevo tipo (no me suena bien, no está mal escrita, pero me suena raro, yo pondría “Este nuevo tipo de cruzada”) suscita unos refinamientos de distinciones sexológicas que lleva el número de prácticas sexuales a cinco, todas tan legítimas las unas como las otras, todas igualmente legítimas, de tal forma que la vieja heterosexualidad de nuestros antepasados llega a figurar en minoría frente a los homosexuales femeninos, los homosexuales masculinos, los bisexuales y los transexuales.
Ante el asombro del vulgo frente a una toería foclizada sobre los intereses de minorías ínfimas de la especie humana, los defensores de la ideología del género le han añadido el término de “queer theory”. Esas reivindicaciones se centran sobre los medios de normalizar la homosexualidad: por la represión de la homofobia, el reconocimiento legal del matrimonio de parejas homosexuales, y también mediante el apoyo a las técnicas destinadas a paliar la esterilidad de las parejas del mismo sexo (procreación asistida, mediante fecundación in vitro gracias a donantes de semen y de óvulos, “vientres de alquiler”, todo a la espera del útero artificial que todavía no está a punto). Esas prácticas azarosas y caras generan una nueva forma de prostitución y de mercantilización del sexo al recurrir a madres portadoras pagadas y las ventas de semen y de óvulos. La legalización del matrimonio homosexual conlleva por otra parte una trastorno completo del código civil ya que confunde la filiación en razón de la banalización de las familias con dos madres y un padre virtual o dos padres y una o dos madres.
No podemos dejar de sorprendernos por la actitud paradójica de los defensores de la ideología del género quienes, por una parte se movilizan para asegurar la fecundidad de las parejas homosexuales, y por otra parte militan en favor de la contracepción y el aborto cuando se trata de parejas heterosexuales. Los ideológos del “gender” se esfuerzan en deconstruir la maternidad, el matrimonio, y niegan la existencia del instinto maternal, como Elisabeth Badinter (escritora feminista y mujer de negocios) que pretende que el amor materno es un invento reciente.
El embarazo y la lactancia singularizan de manera ultrajante a las mujeres en una humanidad que los genderistas quieren uniforme y homogénea. Su propaganda, que presenta el aborto como un derecho en nombre de un individualismo cercano al nihilismo, se ha impuesto en la UE, en cuyo seno la mayoría de los 27 Estados miembros han adoptado leyes que autorizan el asesinato de niños por nacer “desprovisto de proyecto parental”, y eso a pesar de los daños síquicos y físicos padecidos por las madres.
Otra paradoja: los “genderistas” no tienen palabras lo suficientemente fuertes para estigmatizar a la Iglesia, acusada de discriminar y esclavizar a las mujeres, siendo que ninguna otra religión en el mundo ha llevado a tan alto grado la dignidad de las mujeres en su especificidad, particularmente con el culto a la Virgen María, pero están mudas ante el trato que el islam inflige a las mujeres y también a los homosexuales, ferozmente reprimidos en todo país de charia. La inferioridad de la mujer es para el musulmán un dogma intocable inscrito en el Corán (sura IV, versículo 34) y en numerosos hádices. Incluso figura en la Declaración de los Derechos Humanos del Hombre Musulmán redactada en El Cairo en 1990 bajo la égida de la Conferencia Islámica, lo que no deja augurar una evolución del mundo musulmán en este punto. Esta base teológica justifica la condición de eterna menor de edad de la mujer musulmana, que no sale nunca de la tutela masculina, ya sea del padre (que la casa a una edad precoz) o ya se trate del esposo, incluso de su hijo en caso de quedar viuda. La poligamia, catastrófica para la educación de los hijos, el repudio arbitrario por el marido, la lapidación de las mujeres acusadas de adulterio que apenas pueden defenderse ante los cadis (jueces) que les dan a su testimonio un valor dos veces menor que al de un hombre, figuran entre las innumerables discriminaciones y malos tratos infligidas a la mujer musulmana cuya inferioridad está simbolizada en el porte del velo, “esa estrella amarilla de la condición feminina” en palabras de la iraní Djavat Tchadortt.
En definitiva, la mujer musulmana, considerada impura a partir de la pubertad, no cuenta más que por la maternidad que el islam instrumentaliza en favor del jihad. La declaración en la ONU del presidente Boumedienne ante la asamblea general es inequívoca: “Os conquistaremos con el vientre de nuestras mujeres”. Esta amenaza se inscribe dentro de una larga tradición expresada en una hadiz: “Casaros con esposas fecundas: quiero a través de vosotros sobrepasar a las naciones en número”.
La indulgencia de las neo-feministas radicales hacia el islam sólo es paradójica en apariencia. Si ahondamos en el análisis, nos damos cuenta que el “gender” se integra en un complejo ideológico en el que el antirracismo juega un papel determinante. Obedece a una metapolítica de la diversidad que prohíbe la discriminación entre hombres y mujeres, entre heterosexuales y homosexuales, entre inmigrantes y autóctonos. La bandera del arcoiris simboliza el nuevo ideal que quiere yuxtaponer sin exclusiones a las comunidades, sin unificarlas autoritariamente en el marco de una nación o un Estado. Esta metapolítica desemboca en un cosmopolitismo que asigna a todos los individuos los mismos derechos, en todo lugar, sea cual sea su origen étnico y su orientación sexual, en un mundo que ha abolido la distinción entre el extranjero y el ciudadano autóctono, y en el cual, al final, los estados serían abolidos. Se designa esta nebulosa ideológica con el nombre del mundialismo.
Esta es en definitiva, la lógica de la ideología post-feminista del género que favorece la esterilidad de los occidentales pero cierra los ojos sobre el natalismo de los inmigrantes. Aparece así como el mejor agente de la “Gran Sustitución”, expresión por la cual Renaud Camus describe la empresa mundialista de destrucción de las naciones mediante la inmigración/invasión de manera que facilite el gobierno de la hiperclase mundial sobre poblaciones reducidas al estado de consumidores intercambiables, solitarios, privados de identidad, de historia, de referencias morales y por lo tanto de ambición política: un “mejor de los mundos” del cual Aldous Huxley nos ha ofrecido la aterradora anticipación. Tenemos muchas razones para reprobar la política de la UE, labortatorio del mundialismo, una de cuyas directrices es la imposición del matrimonio homosexual en todo el ámbito europeo. Hoy como ayer, la UE quiere imponernos la seudo ética del género cuyas consecuencias podrían conducir a un futuro trágico, ya que como dice Roland Hureaux, “la ideología es la más grave enfermedad que pueda afectar la política”.
(*) He optado por traducir “gender ideology” por “la ideología del género” para evitar confusión con esa otra ideología “de género” que tiene más que ver con reivindicaciones feministas de siempre (igualdad de los sexos, cuotas femeninas, discriminación positiva para las mujeres, lucha contra el machismo y culpabilización del hombre heterosexual). La “gender ideology” va más allá de las tradicionales reivindicaciones de igualdad entre hombre y mujer (de ahí que también se hable de neo feminismo o post feminismo), pues combate la misma existencia de los sexos negando las diferencias biológicas entre los ellos estableciendo que la identidad sexual debe ser elegida por el sujeto, sin hacer casos a esas diferencias.
Fuente: http://goo.gl/OZzIw
La historia sionista
El autor combina con éxito imágenes de archivo con comentarios propios y de otros, como Ilan Pappe, Jeff Halper, Alan Hart y Terry Boullata.
«He concluido recientemente un documental indepediente, La historia sionista, en el cual quiero presentar no solo la historia del conflicto Israel/Palestina, sino que también las razones centrales del mismo: la ideología sionista, sus objetivos (pasados y actuales) y su firme control no solo de la sociedad israelí, pero también, y de modo creciente, de la percepción que los occidentales tienen del Oriente Medio.
Estos conceptos ya han sido demostrados en el excelente documental Ocupación 101, de Abdallah Omeish y Sfyan Omeish, pero en mi documental yo lo trato de la perspectiva de un israelí, exsoldado de la reserva y alguien que ha pasado toda su vida a la sombra del sionismo.
Espero que encuentren un momento para ver «La historia sionista» y, caso quieran hacerlo, siéntanse a gusto para compartirlo con otras personas.
He hecho este documental enteramente solo, sin ningún presupuesto, aunque me tenga esforzado para alcanzar elevados estándares profesionales. Ojalá que esta producción doméstica sea del interés de los espectadores»
Renen Berelovich
Fuente: http://es.sott.net/article/18083-La-historia-sionista
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