Pues aunque pueda sonar duro, así es. No hace tanto que se denunciaba en este blog la infiltración del anticientifismo en el movimiento del 15-M, pero eso no es más que un muy tímido intento de replicar la casi total destrucción que han provocado desde hace ya muchos años del movimiento ecologista. Y no hay nada más que mirar qué ha pasado con el ecologismo para darse cuenta de lo peligroso que es para movimientos sociales y políticos legítimos dejarse invadir y caer en la tentación de dar cobijo a ciertas tendencias y organizaciones.
Aunque se pueden trazar antecedentes muy anteriores y existieron grupos y acciones que hoy calificaríamos de ecologistas, el movimiento ecologista tal como lo concebimos ahora comenzó, o más bien se popularizó, a finales de la década de 1950 y principios de 1960. En esa época, las campañas ecologistas consiguieron éxitos notables, como la regulación en el uso del DDT, la creación de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente americana (la famosa EPA) o la primera conferencia auspiciada por la ONU sobre medio ambiente.
Sin embargo, junto con estos y otros éxitos importantes se iba gestando un cáncer dentro del movimiento que hoy lo tiene postrado y en estado quasi-terminal. Junto con personas convertidas en ecologistas por la conciencia de nuestro impacto en el medio ambiente y nuestra dependencia de él, se iban incorporando al movimiento otras con motivaciones mucho menos “ecológicas”. La década de los 1960 fue la década hippie, de la rebelión contra lo establecido. Y el ecologismo representaba una rebelión; una rebelión contra un industrialismo sin restricciones que campaba a sus anchas por la época, espoleado por la feroz competición de la Guerra Fría. Y siguiendo la máxima de “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, el movimiento ecologista se fue llenando de tendencias espirituales, animalistas, tecnófobas, luditas e irracionales en general.
En un principio, el objetivo de un ecologista es (o debería ser) la preservación y el uso responsable del medio ambiente y los recursos naturales. Y aquí viene el primer problema: el medio ambiente y los diferentes sistemas ecológicos son sistemas enormemente complejos, en los que interaccionan una enorme multitud de seres vivos entre sí y con su medio. Por eso existe una rama de la biología que estudia estos sistemas: la ecología. Una ciencia difícil y que requiere conocimientos de una amplia gama de ciencias: biología, botánica, metereología, geología, química, física… Así que uno esperaría que un ecologista tuviera un conocimiento razonable de estas ciencias. ¿Cómo puedes si no, esperar arreglar algo sin saber como funciona? Pues no, si vemos la Junta Directiva de Greenpeace, lo que nos encontramos es que, de 7 miembros, sólo dos tienen estudios científicos, y sólo uno, Masse Lo, tiene estudios en Ciencias Ambientales. El resto, abogados, contables, políticos… Bueno, a lo mejor Greenpeace es una excepción, veamos el equipo ejecutivo de la WWF: el presidente, licenciado en Historia, la jefe de operaciones, en política internacional, el jefe de conservación, licenciado en economía y derecho y así podríamos seguir. Hay que rebuscar para encontrar a una biologa (aunque después se dedicó a estudiar historia y filosofía) y un zóologo.
Y digo yo, ¿alguien iría a un hospital en el que la mayor parte del personal no tuviera formación médica? ¿o contrataría una firma de abogados donde los educados en leyes fueran menos del 10%? Y esta es la situación entre los dirigentes de las organizaciones más importantes. En las pequeñas organizaciones locales o entre los ecologistas de base, mejor no mirar (y ojo, que excepciones hay en todas partes).
¿Y a qué ha conducido esta situación? Pues a que, en el debate sobre cualquier tema ecológico, lo que menos importe sea la ecología. Los argumentos son políticos y sectarios. Si eres ecologista tienes que estar en contra de los transgénicos, punto. ¿Analizar con datos contrastables las técnicas de ingeniería genética, sus beneficios y peligros y sus potencialidades? ¿Para qué, con lo fácil que es gritar “¡Fuera transgénicos!”. ¿La energía nuclear? Mala, por supuesto, si eres ecologista, aunque no tengas ni idea de la diferencia entre radiaciones ionizantes y no ionizantes. ¿Quieres un análisis sobre sus pros y contras, con números, análisis de riesgos, etc? Eso es porque estás pagado por malvadas y oscuras internacionales. Por supuesto, todo buen ecologista consume comida orgánica, aunque eso sea más perjudicial para el medio ambiente que la agricultura y ganadería industrial. Y debe fomentar que toda la comida en el mercado sea orgánica y mucho más cara que la convencional. ¿Que unos cuantos tercermundistas no pueden permitírsela? Por favor, que hablamos del medio ambiente, no de unos muertos de hambre. Y no hablemos de los “añadidos” no ecologistas: antiantenas, antivacunas, promotores de toda clase de pseudomedicinas, etc. encuentran en el actual movimiento ecologista un caldo de cultivo inmejorable.
Y esta ignorancia y politización del movimiento ecologista conduce a, precisamente, lo contrario de lo que se pretende. Se “liberan” visones cautivos en un medio que no es el suyo, de forma que, o mueren o se convierten en una especie invasora, destrozando el ecosistema local. Cerramos la mayoría de las centrales nucleares de un país, y lo que conseguimos es un record de emisiones de CO2. Gastamos millones en evitar incendios forestales y lo que conseguimos son peores incendios. Restringimos sin criterio la circulación de coches para reducir la contaminación, y lo que conseguimos es lo contrario.
Señores, así no vamos a ninguna parte. Nadie puede negar que nos enfrentamos a retos ecológicos sin precedentes en nuestra historia, pero no podemos afrontarlos sin usar la ciencia. Convirtiendo el ecologismo en una religión, lo único que conseguiremos es diagnósticos equivocados de los problemas que tenemos, soluciones erróneas y resultados nulos, en el mejor de los casos, y desastrosos en el peor.
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