Lectura bíblica: Juan 4:24
Propósito de la charla: Comprender la doctrina acerca de la espiritualidad de Dios.
Los seres humanos vivimos en una realidad de dos y hasta tres dimensiones. En primer lugar somos seres materiales, de carne y hueso, que experimentamos la vida a través de los sentidos. Las experiencias más fuertes son las sensoriales. En segundo lugar somos seres psicológicos, tenemos una vida interior, reflexiva, imaginativa, etc., interpretamos la realidad, la recreamos y transformamos a partir de ello. He allí una importante diferencia con los animales. La tercera y más profunda dimensión es la espiritual, relacionada con la fe o capacidad de creer. Somos seres espirituales, trascendentes, capaces de relacionarnos con Dios.
UN DIOS INVISIBLE.
Esta triple realidad nuestra ha sido creada por un Dios invisible e imperceptible a través de los sentidos humanos. Fuimos hechos a semejanza de Él, pero Él no es a semejanza nuestra. Él no tiene una corporalidad. La Biblia en el libro de la Revelación se esfuerza por darnos a entender aquello (Apocalipsis 4:2,3). Si Dios tiene una psicología ésta no corresponde a una estructura cerebral ni a la presencia de un sistema nervioso central, como en el hombre, sino que es de absoluto carácter espiritual. La esencia del ser de Dios es espíritu, no hay elemento material en su ser. Dios no es materia, no depende de la materia ni tiene cuerpo.
UN DIOS RACIONAL Y MORAL
La única forma como nosotros podemos llegar a tener una idea acerca de la espiritualidad de Dios en forma concreta es pensando en nuestra propia vida o experiencia interior. Así como experimentamos un enorme vida interior, estamos llenos de recuerdos a los cuales damos un orden y una interpretación; así como somos capaces de soñar mundos y traerlos a la realidad; así como pensamos y razonamos, y para nosotros ello es tan real como la realidad concreta y material, Dios es similar. Dios piensa, habla y crea. Su pensamiento es voz, ya que no tiene boca. Y como nunca piensa mal jamás crea algo inadecuado. Si a los ángeles creó perfectos y algunos de éstos se rebelaron, eso Él ya lo sabía. Igual cosa con los humanos: nos creó libres y dispuso de antemano la redención para perfección de su criatura (Apocalipsis 13:8; 1 Pedro 1:19,20).
Necesitamos pensar en Dios como en una energía con vida mental y moral, más que en algo material. Dios es espíritu, declara Jesucristo: «Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos./ Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre./ Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Juan 4:22-24).
UN DIOS COMUNICATIVO
El espíritu forma la esencia del ser de Dios. La comunión con Dios, por ser una experiencia espiritual interior o subjetiva, nos lleva a creer que Dios es un ser espiritual. Desde el día de nuestra conversión comenzamos a tener una relación íntima y espiritual con el Señor. Esta experiencia es la que nos revela Su naturaleza espiritual. Si la relación con la Divinidad es por intermedio de iconos y sacramentales, aún estamos en camino de conocer la auténtica naturaleza del Padre. En el Antiguo Testamento Dios dispuso todo un sistema sacerdotal jerárquico, ritual y sensorial, por causa de la naturaleza humana. Aún hoy día muchos necesitan de elementos corpóreos y sensitivos para acercarse y «sentir» a Dios. Todos, en mayor o menor medida, estamos en esta situación.
No podemos ver a Dios ni alcanzarlo por ninguna forma de percepción sensorial. Pero sí podemos tener comunión con Él por medio de la fe. Por medio de esta experiencia espiritual, conocemos a Dios como un poder invisible y espiritual que opera dentro de cada cristiano.
UN DIOS REVELADO
Cuando la Biblia habla de las manos, ojos y boca de Dios, en realidad está adaptando el lenguaje a nuestra comprensión humana (Deuteronomio 5:15; 7:19; 11:12; 1 Reyes 8:15; 1 Crónicas 4:10; 2 Crónicas 6:4; 2 Samuel 15:25). Dios no podía revelarse de otro modo que no fuera en términos humanos: una zarza ardiente, agua que brota de la peña, milagros, una voz del Sinaí, etc. Los humanos tenemos la gran dificultad de no poder concebir a Dios en otros términos que no sean humanos, es decir siempre con referencia a la materia y la forma.
Esta dificultad, consistente en la necesidad de parámetros de tiempo y espacio, se resuelve en Cristo. Jesús es introducido por Dios en la Historia como un Dios-Hombre, concreto, palpable. El apóstol Juan declara: «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida» (1 Juan 1:1)
Juan dice en su Evangelio «Ningún hombre ha visto jamás a Dios, el Unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le declaró» (Juan 1:18). Es categórico, nadie ha visto a Dios, ni el gran líder hebreo Moshé, מֹשֶׁה (Éxodo 33:17-23). La explicación que se da a veces es que no podemos verle, pues si así fuera, no soportaríamos su gloria, brillo, poder o autoridad; pero más clara y convincente es la razón que da Jesucristo: «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad«.
UN DIOS ENCARNADO
Jesucristo hizo tangible a Dios y a la experiencia de los hombres. Cristo es la imagen del Dios invisible, como la luz es el resplandor o proyección de una ampolleta o foco (Colosenses 1:15, Hebreos 1:3). Con la Encarnación y aparición del Hijo en nuestras coordenadas tiempo-espacio queda satisfecha esta necesidad de un Dios perceptible. Ahora podemos imaginar, ver y hasta representar a Dios, sin caer en idolatría ni herejía. Nadie se molesta porque se represente visualmente a Jesús en periódicos, revistas y museos. Tampoco si está presente en templos, aunque ello sea sospecha de una falta de fe, carencia de una comunión más espiritual con Dios. Aquello podría revelar cierta incapacidad de relacionarse espiritualmente con Jesucristo, pero no seamos tan extremos e iconoclastas. También puede ser un modo distinto de amar a Dios, abrazarse a una representación de Él. Ya han pasado cinco siglos desde la Reforma protestante del XVI como para sostener aún posiciones tan radicales. La idolatría, la adoración de imágenes, la búsqueda de dioses perceptibles, muestra esta necesidad que tenemos de una revelación tangible del Dios invisible (Hechos 17:24-29).
La revelación de Dios en Cristo es útil para revelarlo como Espíritu puro y al mismo tiempo de hacerlo real a los hombres.
¿Por qué envió Dios a Jesús a la tierra?
Para darnos la posibilidad de expiar nuestras culpas en un Sustituto; pero también para revelarse con toda su Personalidad en un Hombre tangible. Jesús es la Palabra de Dios viva (la Torah viviente!). Por boca de Jesús sabemos que Dios es espíritu, pero también vemos a un hombre de carne y hueso capaz de vivir los principios morales divinos declarados en los diez mandamientos. Dios es un Ser con Personalidad y un Ser Espiritual, con autoridad sobre todo lo creado por Él mismo.
¿Se ha revelado a usted este Dios que es Espíritu?
NOTA de laverdadysololaverdad:
En Génesis se nos dice que YHVH ‘Elohim (Dios) nos creó a su imagen y semejanza, leamos:
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. (Génesis 1:26)
¿Acaso esta semejanza significa que Dios es de carne y hueso?
Quien haya leído la biblia, sin ningún tipo de prejuicio religioso podrá darse cuenta de que la misma biblia responde a esta pregunta:
La carne es incapaz de producir nada que no sea también «carne», de la manera en que los cardos no pueden dar una cosecha de higos. Es imposible, pues, que una nueva naturaleza espiritual surja del intento de «refinar» la carne, sino tan sólo del nuevo nacimiento en el poder del Espíritu de Dios (Juan. 3:6–8).
Por haberse originado esta esfera de la carne en la desobediencia y en el pecado del hombre (Gn. 6:3), toda ella está debajo de la condenación de Dios y nadie que está en ella puede agradar a Dios (Ro. 8:7 y 8). Tengamos en cuenta, sin embargo, que mucho de la carne es agradable al «hombre», y aun al hombre «decente», educado y culto. Tomemos por ejemplo un acto de «culto» que se basa en las prácticas que agrandan a los sentidos de los hombres o que halagan su «justicia propia»; todo será muy «bonito» y muy «bueno», pero no dejará de ser abominación delante de Dios (Lc. 16:15).
La carne no se mejora después de la conversión, y queda siendo tan fea e intratable después de cincuenta años de vida cristiana como lo fue en un principio (Ro. 7:18). Lo único que Dios puede hacer con la carne es colocarla en el lugar de la muerte, y esto se realizó cuando Cristo, nuestro sustituto, se identificó con nosotros y murió en nuestro lugar (Ro. 8:3).
El «viejo hombre» no desaparece en el momento de la conversión, ni en ningún momento de bendición espiritual posterior, pero Dios ha provisto los medios para que esté en sujeción y para que el creyente viva y ande, no conforme a la carne, sino conforme al espíritu (1 Jn. 1:5–2:2; Ro. 8:4, 5, 12 y 13).
Las obras de la carne, que se detallan en la terrible lista de Gálatas 5:19–21, incluyen, no solamente los pecados escandalosos de la fornicación, la disolución, etcétera, sino también los celos, iras, contiendas y disensiones que se manifiestan con harta frecuencia en el seno de la familia de Dios (1 Co. 3:1–4). Sepamos que todo ello surge de la carne y que es aborrecible delante de Dios.
La carne y el Espíritu son principios antagónicos enteramente incompatibles el uno con el otro, codiciando y luchando constantemente el uno contra el otro (Gá. 5:17). Este estado de guerra perpetua resulta lógicamente de la definición de la «carne».
Quien diga que Dios es de carne y hueso lo está transformando en un dios de pecado y por ende humano. Cuidado con las doctrinas de demonios!
Fuentes:
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