Una revisión de estudios que evaluaron antidepresivos clínicos muestra conflictos de interés ocultos y vínculos financieros con las farmacéuticas.
Después de muchas demandas y un acuerdo con el Departamento de Justicia de Estados Unidos en 2012, el mes pasado un análisis independiente encontró que el antidepresivo Paxil (paroxetina) no es seguro para los adolescentes. El hallazgo contradice las conclusiones del ensayo inicial de la droga realizado en 2001, que había financiado el fabricante GlaxoSmithKline, y cuyos resultados luego utilizó para comercializar Paxil como seguro para los adolescentes.
El juicio original, conocido como Study 329, es solo un ejemplo de alto perfil de la influencia de la industria farmacéutica penetrada en la investigación científica, incluidos los ensayos clínicos que la Administración Nacional de Alimentos y Fármacos de Estados Unidos (FDA) exige a las compañías farmacéuticas que financien con el fin de evaluar sus productos. Por esa razón, quienes leen artículos científicos como parte de sus trabajos han llegado a depender de los meta-análisis, que son revisiones supuestamente exhaustivas que resumen la evidencia de múltiples ensayos, en lugar de confiar en estudios individuales. Pero un nuevo análisis también pone en duda esa práctica, al encontrar que la gran mayoría de los meta-análisis de antidepresivos tienen algún vínculo con la industria, con una correspondiente supresión de los resultados negativos.
El estudio más reciente, publicado en el Journal of Clinical Epidemiology, que evaluó 185 meta-análisis, encontró que un tercio de ellos fueron escritos por empleados de la industria farmacéutica. “Sabíamos que la industria podría financiar estudios para promover sus productos, pero es muy diferente financiar meta-análisis”, que “tradicionalmente han sido un baluarte de la medicina basada en la evidencia”, dice John Ioannidis, epidemiólogo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford y coautor del estudio. “Es realmente increíble que haya una influencia tan masiva en este campo”.
Casi 80 por ciento de los meta-análisis en la revisión tenía algún tipo de vínculo con la industria, ya sea a través del patrocinio —que los autores definen como financiación directa por parte de la industria— o por conflictos de interés, entendidos como cualquier situación en la que uno o más autores son empleados de la industria o investigadores independientes que reciben algún tipo de apoyo de la empresa (incluyendo honorarios por conferencias y becas de investigación).
Con especial preocupación, el estudio mostró que 7 por ciento de los investigadores tenían conflictos de interés no revelados. “Hay una cierta jerarquía de artículos”, dice Erick Turner, profesor de psiquiatría de la Universidad de Salud y Ciencia de Oregon, que no estuvo asociado a la investigación. “Los meta-análisis están en la cima de la pirámide de la evidencia”. Turner estaba “muy preocupado” por los resultados, pero no se sorprendió. “La influencia de la industria es simplemente enorme. Lo que es realmente nuevo es el nivel de atención que ahora le prestan las personas”.
Los investigadores consideraron todos los meta-análisis de ensayos aleatorios controlados para todos los antidepresivos aprobados, incluyendo los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, los inhibidores de la recaptación de serotonina y norepinefrina, los antidepresivos atípicos, los inhibidores de la monoaminooxidasa y otros publicados entre 2007 y marzo de 2014.
Si los autores no reportaban ningún conflicto de interés, como se solicita normalmente, los investigadores examinaban muestras aleatorias de artículos publicados por el autor para correspondencia en el mismo año, con el fin de analizar las declaraciones de conflictos pertinentes. Dos investigadores que no conocían el nombre de los autores o los posibles conflictos evaluaron si el meta-análisis incluía declaraciones negativas o de advertencia sobre la droga, tanto en el resumen como en la conclusión del artículo.
Aunque un tercio de los artículos fueron escritos por empleados de la industria, de la mayoría de los autores, 60 por ciento eran investigadores independientes afiliados a universidades con conflictos de interés. En los 53 meta-análisis en los que el autor no era empleado de la industria y no reportó ningún conflicto de interés, 25 por ciento tenía conflictos no declarados, que los investigadores identificaron en su búsqueda e incluyeron en su evaluación. “Los meta-análisis que tienen vínculos con la industria son muy diferentes a los que no los tienen”, dice Ioannidis. Aquellos que sí tienen vínculos tuvieron una cobertura mucho más favorable y con menos advertencias. “Al contrario, cuando no había ningún empleado involucrado, casi 50 por ciento tenía advertencias”, dice Ioannidis.
Los meta-análisis hechos por empleados de la industria tuvieron 22 veces menos probabilidades de incluir declaraciones negativas acerca de un medicamento que aquellos dirigidos por investigadores no afiliados. La tasa de sesgo en los resultados es similar a un estudio de 2006 que analizó el impacto de la industria en los ensayos clínicos de medicamentos psiquiátricos. Esa investigación encontró que los ensayos patrocinados por la industria reportaban resultados favorables en 78 por ciento de las veces, en comparación con 48 por ciento en los financiados de forma independiente.
Ioannidis cree que a las empresas farmacéuticas no se les debe permitir la financiación de meta-análisis, como forma de salvaguardar la objetividad. El experto considera que está bien que la industria financie otros tipos de investigación, “pero no cuando se trata de la evaluación final que establece si los pacientes deberían tomar este medicamento o no”, dice.
Todas las principales compañías farmacéuticas estuvieron representadas en el informe, incluidas GlaxoSmithKline; Eli Lilly and Co., fabricante del popular antidepresivo Prozac (fluoxetina); y Pfizer, que elabora Zoloft (cloruro de sertralina). “En lo que tiene que ver con los meta-análisis”, Pfizer es un “participante activo” en las conversaciones “sobre cómo definir científicamente marcos sólidos para el reanálisis de la información”, escribió Dean Mastrojohn, director mundial de relaciones con los medios de Pfizer, al ser consultado.
Por definición, un meta-análisis debería ser “una revisión tan exhaustiva como sea posible”, dice Andrea Cipriani, profesor de psiquiatría de la Universidad de Oxford que no participó en el estudio. “Los médicos son bombardeados con información” y recurren a los meta-análisis “porque no tienen tiempo de hacer una valoración crítica por sí mismos. La palabra significa ‘atajo a una gran cantidad de evidencia’”.
Cipriani coincide en que es importante señalar la manipulación de los metanálisis por la industria farmacéutica. “Necesitamos destacar que estos metanálisis son más una herramienta de marketing que de la ciencia”, agrega. Pero Cipriani, que tiene siete artículos marcados en el informe por declarar conflictos de interés, piensa que es una simplificación excesiva condenar a todos los estudios con lazos con la industria. En su lugar, Cipriani defiende la transparencia y dice que el principal problema es no revelar esos intereses. A su favor, incluso con conflictos de interés, Cipriani incluyó advertencias en la conclusión o el resumen de dos de sus artículos. No obstante, él fue uno de los pocos investigadores con conflictos que lo hizo.
Según el experto, las revistas académicas, salvaguardas de la evidencia científica, son las que deberían ser responsables, tanto de observar posibles conflictos de interés como de eliminar aquellos estudios cuyas conclusiones no coincidan con la información proporcionada. Ese fue parte del problema con el Study 329, coordinado por Martin Keller, entonces profesor de psiquiatría y conducta humana en la Universidad Brown, que presentó toda la información con precisión, pero que en sus conclusiones minimizó engañosamente el riesgo de suicidio adolescente y exageró los beneficios.
Sin embargo, las revistas a menudo también tienen sus propios conflictos de interés, algo que Cipriani reconoció. Originalmente, Ioannidis y sus colegas intentaron publicar su último estudio en revistas de psiquiatría, pues pensaron que podían ser más pertinentes, pero la recepción fue fría. “Algunos se sintieron muy enojados y muchos de sus editores tenían fuertes vínculos con la industria”, dijo Ioannidis.
Los sesgos de las publicaciones, donde las revistas han mostrado una preferencia por resultados nuevos, positivos e interesantes en vez de la repetición de estudios anteriores —una parte esencial del proceso científico—, también es un problema extendido en el ámbito de las publicaciones científicas. Esta tendencia existe a pesar de las fuentes de financiación o los tratamientos evaluados. En un estudio también publicado el mes pasado, Turner halló un sesgo de publicación y resultados exagerados en varios estudios sobre psicoterapia financiados por los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU.
El mercado de los antidepresivos es uno de los más grandes de la industria farmacéutica, con ventas de 9.400 millones de dólares en EE. UU. en 2013. Cipriani e Ioannidis creen que el problema se extiende a otras drogas con alto valor de mercado, como los fármacos para el corazón y el cáncer. “Todo el campo necesita un examen de conciencia”, dice Ioannidis.
Fuente: http://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/muchos-estudios-de-antidepresivos-estan-contaminados-por-la-influencia-de-la-industria-farmaceutica/
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