Con todos los ingredientes de una novela, el Vaticano enfrenta un drenaje de fieles mientras sus estructuras se ven más comprometidas en actos de corrupción.
Es realmente Paolo Gabriele, el ex mayordomo del Papa, hoy detenido por filtrar documentación reservada, culpable? ¿Las cajas con documentos confidenciales hallados en su departamento, las sacó él, las tenía por pedido de un tercero…, o eran en realidad para entregárselas al Papa? Interrogantes que nunca tendrán respuestas ciertas; Gabriele será juzgado por un tribunal vaticano hermético y -paradójicamente- sin las garantías que tendría el peor de los criminales en cualquier otro país democrático.
La detención de Gabriele es nada más que la punta más expuesta de una guerra muy poco piadosa desatada en los más altos niveles del enigmático Estado del Vaticano, una inexpugnable fortaleza a la que nuevamente en menos de cincuenta años le han abierto una brecha en su costado más sensible: el Instituto de Obras Religiosas (IOR), más conocido como el Banco del Vaticano.
Hace treinta años, Roberto Calvi –llamado el “banquero de Dios” por ser la cabeza del Banco Ambrosiano, cuyo principal accionista es el Vaticano- apareció colgado en un puente de Londres y con sendos ladrillos en cada bolsillo de su saco, destapando un escándalo que le costó cientos de millones de dólares a la Santa Sede y la sospecha de estar lavando dinero de la Cosa Nostra, cuyo banquero, Michele Sindona era a la vez consejero financiero del Vaticano.
Desde los últimos años del pontificado de Juan Pablo II, es que comenzó a levantarse una ola de denuncias sobre actividades poco piadosas de los miembros de la Iglesia Católica, cuyo caso más emblemático fue la situación de Marcel Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, un ícono en pederastía, abuso de poder, malversación de fondos y otras “bondades”.
Benedicto XVI, evidentemente, recibió una bomba de racimo que ahora le está estallando en las manos. Los celos y la despiadada interna desatada por acaudalar la mayor cantidad de poder, evidencian que los Cardenales saben –o intuyen- de que se aproxima un cónclave, pero esta vez a tono con el mundo, están jugando cartas muy poco religiosas.
No se recuerda que un pontífice haya sido abucheado en la Plaza de San Pedro como le acaba de ocurrir a Benedicto XVI a fines de mayo cuando le reclamaron el silencio mantenido sobre el caso de Emanuela Orlandi, de 15 años de edad, asesinada presumiblemente después de una fiesta sexual de la que habría sido obligada a participar en una embajada en el Vaticano, luego de ser reclutada por gendarmes y “cierto monseñor (Simeone Duca)”, según revela el padre Gabriele Amorth, ex exorcista principal del Vaticano.
El de Emanuela es otro de los casos aún sin resolver y que salió a la luz en el año 2005 cuando el tema se trató en un programa de televisión que busca personas (el cuerpo de la adolescente jamás apareció). En ese momento, una voz femenina anónima –Sabrina Minardi, según algunos periodistas-, dijo al aire de que Enrico De Pedis, un mafioso jefe de la banda de la Magliana había secuestrado a Orlandi.
Cabe recordar que este Enrico De Pedis ya había sido relacionado con el atentado contra Juan Pablo II en mayo de 1981, pero como es lógico, nunca fue probado. Lo curioso del caso es que De Pedis, asesinado por un ajuste de cuentas entre mafiosos en 1990, fue enterrado en la Basílica de San Apolinar y según el rito papal dentro de tres ataúdes -uno de ciprés dentro de otro de zinc y de un tercero de roble-, en agradecimiento a sus aportes económicos a la Basílica y debido a la estrecha amistad que tenía con Pietro Vergari, responsable del Templo y ahora sumado a la lista de implicados por la Justicia italiana en la desaparición de Orlandi.
Por si todo este sainete que desluce la novela más afiebrada que se haya escrito sobre el Vaticano fuera poco, acaba de saltar otro escándalo más; el que tiene como protagonista al economista Ettore Gotti Tedeschi, de 67 años, hasta hace poco regente del IOR (Banco del Vaticano) y hoy defenestrado, paradójicamente, por querer limpiar las cuentas oscuras de esa Institución.
Amigo personal de Benedicto XVI, confeccionó un minucioso informe que dejó al cuidado de unos amigos –un abogado y un periodista- con el encargo de que fuese publicado si le pasaba algo.
¿Qué podía temer este nuevo “banquero de Dios”? Tenía motivos; el informe que iba a ser depositado secretamente en manos del pontífice y ahora está en poder de la Justicia consignaba una ingente cantidad de correos electrónicos, fotocopias y apuntes a mano; investigaciones que Tedeschi había seguido en secreto y soledad sobre cuentas cifradas del Banco del Vaticano que esconderían “dinero maldito” proveniente de tráfico de armas, laboratorios que producen anticonceptivos, narcodólares y por supuesto, las “ganancias” de las familias mafiosas más conspicuas, tanto de la Cosa Nostra siciliana, la Camorra napolitana y la Ndrangheta calabresa.
Tedeschi tenía miedo y con razón, tanto como para decir aliviado a los Carabinieri que ingresaron por él: “¡Pensé que veníais a matarme!”. Ahora es el Vaticano quien teme por lo que hay en los 47 archivadores que los fiscales de Nápoles y Roma se llevaron. La respuesta fue la amenaza: ‘La Santa Sede (…) está examinando con el mayor cuidado la eventual lesividad de las circunstancias’. O sea, “tengan cuidado con lo que hacen o se las verán con nosotros”.
El vaticanista Andrea Tornielli agrega un ingrediente más a la ensalada; la actuación de capitostes del Opus Dei -la “La Logia Blanca”-, de la cual Tedeschi era cercano, que se enfrentan a sectores más progresistas de la cúpula vaticana y que literalmente han querido destruir al banquero con un documento donde lo sindican estar confabulado con los “cuervos” que pasan los informes secretos a la prensa.
Para terminar de pintar este cuadro siniestro, se acaba de fugar el “Hacker” contratado por Benedicto XVI. Se trata de un experto que “hackeó” el sistema informático del Vaticano y que atrapado fue perdonado por el Papa y premiado con el encargo de proteger el mismo sistema que él había violado.
Conocido como el “Ingeniero del Papa” o el “Guardián de los Secretos”, este hombre cuya identidad e historia se dicen son los secretos más impenetrables, era más poderoso que San Pedro ya que el apóstol tendrá las llaves del Cielo, pero éste tenía todos los códigos secretos de acceso al sistema informático de la Santa Sede (según los expertos sólo comparable con el Pentágono), y ahora ha desaparecido junto a toda su valiosa carga de conocimientos.
Como se ha hecho siempre, este destape tiene que tener un culpable y para los agredidos por las publicaciones y las denuncias sobre el Banco del Vaticano, todo esto no sería más que otro ataque a la Iglesia de una conspiración judeo-masónica, según han declarado en las cercanías de la Sacra Rota.
En realidad, todo esto no es más que parte de la historia humana de la jerarquía religiosa más poderosa de la historia y que ahora está padeciendo los cimbronazos del cambio de los tiempos donde como está previsto, todas las estructuras de poder habrán cumplido su ciclo.
Si un corolario merece esta descripción en tono de novela, es aquel que sugiere el desafío para los hombres de fe de mantenerse firmes en la creencia de que hay un Dios “más allá de aquella anchura por donde los astros van” –diría el Tenorio- y que realiza su obra en los tiempos establecidos. Los hombres son sólo eso, simples hombres, pobres hombres, tentados por el poder y el dinero.
La verdadera Iglesia de Cristo está en cada uno de los que lee esta nota, en el mismo que la escribe incluso, y ya que llegado es el tiempo de la Verdad, hay que decirla. Es el momento en que se haga realidad la profecía de Lucas (12- 1,12): “Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse. 3 Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas”.
Por eso, la Historia y las historias, son siempre contadas para aprender…
Por Ernesto Bisceglia, Fuente: http://www.elintransigente.com
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