El calendario maya lo fecha en diciembre de este año. Sin embargo, cientos de profecías han anunciado el Apocalipsis a lo largo de la historia.. Unido desde siempre a la humanidad, el fin del mundo ha sido a veces anunciado de forma más bien curiosa.
En 1806, mientras Napoleón conquistaba el reino de Nápoles y en París fallecía el físico Charles Augustin de Coulomb, un hecho no menos trascendente ocurría a las afueras de Leeds, Inglaterra: una gallina ponía un huevo en cuya superficie se podía leer «Cristo viene». A cada sucesivo huevo escrito, los lugareños daban más crédito a la posibilidad de que tal ave fuera el heraldo del fin del mundo hasta que, cuando el pánico empezaba a adueñarse de la población, alguien un poco más listo que el resto descubrió que, en realidad, uno de los granjeros grababa en los huevos el mensaje sin más intención que reírse de sus vecinos.
Lo cierto es que mucho antes de la gallina profeta, el armagedón ya había sido proclamado por personajes en teoría más fiables, como el papa San Clemente I; la fecha de la catástrofe, prevista para el año 90, ha quedado hoy ligeramente desfasada. De igual forma, otro sacerdote y teólogo romano dedujo que la respuesta se hallaba en la Biblia (algo que se repetirá hasta nuestros días). Así, tomando como referencia las medidas del Arca de Noé, a la sazón 300 codos de largo por 50 de ancho y 30 de alto (Génesis, capítulo 6, versículo 15), dedujo que el fin del mundo se produciría en el año 500, gracias al pintoresco método de multiplicar largo por ancho y dividir el resultado por altura (300×50:30= 500).
Y si predicciones tan científicas calaron en la población, ante la inminencia del año 666 y pese a que el Apocalipsis (13:17-18) no dice que ese sea el momento del desastre, sino el número de la Bestia, el terror cundió en occidente. Debido a algún fallo técnico el mundo se salvó, así que hubo quien volvió a intentarlo el 6 de junio de 1666. Es de suponer que el 6 de junio de 2666 se insistirá en el tema.
Retrocediendo en el tiempo esa misma cifra satánica, a medida que el año 1000 se aproximaba, los acaudalados comenzaron a regalar sus bienes a los pobres con el objetivo de afrontar el Juicio Final con un buen curriculum, en tanto se prodigaban las peregrinaciones a Jerusalén. El 1 de enero sorprendió a muchos penitentes en medio del camino y, claro, tras él llegó el día 2, momento en que dieron la vuelta de regreso a sus casas. Probablemente lo hicieron con una mezcla de alivio y de sensación de ridículo, pero no es menos cierto que entonces las creencias convivían con la superstición y la incultura mucho más que hoy, en donde se disfrazan de tecnología. Recientemente, el paso al segundo milenio hizo que se vaticinara el caos que iba a desencadenarse cuando los ordenadores fueran incapaces de ajustar sus relojes al 2000, con lanzamiento de misiles nucleares incluido.
Existen docenas de augurios como los citados y, si algo tienen en común es que ninguno se ha cumplido, entre ellos, el debido a Michel de Nôtre-Dame, más conocido como Nostradamus. En una de sus cuartetas (Centuria X, nº 72), escribió: «El año mil novecientos noventa y nueve siete meses. / Del cielo vendrá un gran Rey de terror: / Resucitar al gran rey de Algolmois, / Antes después de Marte reinar por dicha». Como es sabido, en julio de 1999 no ocurrió nada, salvo que unos cuantos oportunistas ganaron jugosas sumas de dinero con la venta de libros. Ahora, como siempre sucede, resulta que nuevos expertos afirman que se malinterpretó al visionario y que la fecha está por llegar. Por contra, no se puede afirmar que Nostradamus buscara la fama fácil; a mediados del XVI ya era un reputado médico, astrólogo, perfumista y boticario. Así, formuló la cura de la esterilidad con un elixir compuesto de orina de cordero, sangre de liebre, cuerno de ciervo pulverizado, leche de burra, estiércol de vaca y la pata izquierda de una comadreja previamente sumergida en vinagre.
La pregunta, en muchos casos, es si las profecías, habitualmente descritas con un lenguaje abstruso y hermético, narran acontecimientos venideros con precisión o si, por contra, el arribista las moldea hasta que encajan en sus teorías. Es, en esencia, lo que denuncian quienes niegan validez a los textos de San Malaquías, un arzobispo católico que, a principios del siglo XII, formuló la Profecía de los Papas. Aunque ni siquiera está claro que sea auténtica la serie de ciento doce lemas, cada uno dedicado a un papa que habría de llegar, el momento es interesante ya que Benedicto XVI es, en la lista, el papa 111. Tras él, su heredero, Petrus Romanus, verá el fin del mundo. Ahora bien, ¿hasta qué punto son precisos los lemas, siempre escritos en latín? Sirva como ejemplo el dedicado a Pío VIII (1829-1830): Vir Religiosus, el varón religioso. Algo contundente, teniendo en cuenta que iba dedicado a un papa.
Precisamente, llevado por el deseo de desenmascarar a todos los embaucadores de su época, Isaac Newton se propuso acabar con las especulaciones averiguando la fecha de la hecatombe. El físico, teólogo y alquimista, expuso en un manuscrito fechado en 1704 que tomando como base de cálculo en la Biblia el Libro de Daniel, transcurrirían 1.260 años entre la refundación del Santo Imperio Romano por Carlomagno (año 800) y el fin. Por tanto, habrá que esperar hasta el 2060, aun cuando no deja de sorprender que el físico más grande de todos los tiempos se basara en la religión y no en la ciencia para formular la ecuación, al contrario de lo que hicieron los mayas en su calendario.
Películas, libros, programas de televisión, radio, internet… existe un gran acuerdo global basado en que el 21 de diciembre (o el 23, según otros eruditos) de 2012, coincidiendo con el final del calendario de los mayas, tendrá lugar el apocalipsis o, en el mejor de los casos, un período de transformación de la humanidad. Los catastrofistas lo relacionan con un asteroide gigantesco que impactará con la Tierra, o con descomunales llamaradas solares que provocarán un impulso electromagnético capaz de anular todos los dispositivos eléctricos del planeta, sumiendo nuestra civilización en el caos.
En el otro lado, un análisis más prudente entiende que el cambio alude a una evolución en lo espiritual, aunque para alcanzarlo hay que superar una ruptura. El alcance de la misma está por verse.
Sin embargo, los mayas no tuvieron algo en cuenta, un suceso que dejaría su calendario a la altura del barro.
Según varios documentos filtrados por Wikileaks, el SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence), un organismo no gubernamental dedicado, entre otros proyectos, a la búsqueda de vida extraterrestre, habría localizado tres objetos que se acercan a la Tierra. El mayor mediría trescientos veinte kilómetros de diámetro, y sus compañeros algo menos. Las naves, desacelerando, estarían a la altura de Júpiter y, de mantener rumbo y progresión, llegarían hasta nosotros entre mayo y junio de este año. El propio SETI, sin embargo, ya ha desmentido la información en todos sus extremos, afirmando que proviene de las declaraciones del astrofísico Craig Kasnov, quien ni siquiera figura en los registros de la organización.
Lo bueno del rumor es que pronto se sabrá si es cierto o no. Lo malo es que si el físico Stephen Hawking tuviera razón, la humanidad estaría en un grave aprieto. Según Hawking, en el caso de que los extraterrestres nos visitaran, lo más probable es que para ellos fuéramos comida.
Fuente: http://www.diariovasco.com
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